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A Complete Unknown:Una melodía que convence sin necesidad de gritar

  • Foto del escritor: Deyvid Hernandez
    Deyvid Hernandez
  • 17 abr
  • 4 Min. de lectura

La juventud de una leyenda cobra vida entre acordes suaves, miradas contenidas y una atmósfera que prefiere sugerir antes que impresionar.


En el mundo de la música, hay artistas que trascienden al convertirse en íconos de masas, pero también hay otros que van aún más allá y, como Bob Dylan, convierten su nombre en una institución. Hablar de Dylan no es solo hablar de uno de los mayores exponentes musicales de la historia, sino también de un revolucionario que, al incursionar en géneros como el folk, el rock y la música popular, transformó para siempre la industria. Con su voz inconfundible, letras poéticas y una constante evolución artística, acompañada de su activismo social, desafió las convenciones de la época y demostró que la música puede ser un verdadero medio de expresión. Más allá de su arte, Dylan ha logrado impactar profundamente en la sociedad. Su estilo rebelde y libertario lo convirtió en un referente cultural que encarnó las inquietudes de su tiempo, una imagen que ha sido plasmada en diversos medios y que ahora llega a la pantalla grande con A Complete Unknown, el más reciente film de James Mangold, que ofrece una mirada personal de la juventud de este icono.

La cinta narra los primeros pasos de un joven Bob Dylan, quien, con una guitarra, ambición y sueños, se lanza al turbulento escenario de los años 60 para hacerse escuchar en un género que se reinventaba: el folk. El artista, en ese entonces, un completo desconocido, se aventura en la industria con la ayuda de Pete Seeger, otro intérprete folk, en su camino para convertirse en leyenda, sin embargo, en ese trayecto deberá enfrentar amores, desamores, sus propios demonios y los desafíos de la fama para alcanzar su objetivo.

Empezando por los aspectos positivos, hay que reconocer las excelentes interpretaciones del elenco principal, que amalgaman sus talentos para brindarnos una historia cautivadora e intrigante que mantiene al espectador completamente sumergido en la narrativa, aunque, sin duda alguna, se destacan en gran manera las actuaciones de Timothée Chalamet y Edward Norton.

Chalamet, en el rol protagónico, ofrece una interpretación versátil que conecta con el público, respetando la esencia rebelde del cantante, pero también adentrándonos en su faceta personal como alguien atormentado, además de reservado, creando una dualidad que permite separar al icono de la persona y entender que incluso los grandes artistas son vulnerables. A su actuación, también es de felicitar la forma en que el intérprete neoyorquino logra captar la voz y gestos de Dylan al cantar, logrando una representación realista que no cae en la caricatura —algo que muchas veces sucede en este tipo de películas—, sino que eleva su figura al punto en que por momentos cuesta distinguir si estamos viendo a Chalamet o al verdadero Dylan. Por su parte, Edward Norton vuelve a demostrar por qué ha sido nominado cuatro veces al Oscar. Con su rol como Pete Seeger, un reconocido cantante folk de la época y el mentor de Dylan, entrega una actuación carismática que rompe con los estereotipos recientes del cine sobre las figuras que guían a los grandes artistas, alejándose del toque ególatra o ambicioso, para convertirse en una figura paterna entrañable, con quien el espectador conecta de inmediato gracias a su humildad, carisma y firmeza, cualidades que contrastan y complementan perfectamente el carácter de Dylan.

La historia también es un punto fuerte. Si bien, como la mayoría de los biopics, no propone una estructura especialmente innovadora, destaca por centrarse no solo en el lado artístico de Dylan, sino también en sus conflictos personales para, a partir de estos, crear un argumento que difiere de lo tradicional y se atreve a mostrar ese lado polémico que permite entender en profundidad la complejidad del personaje. En lo técnico, el trabajo de montaje y vestuario hace que cada escena se sienta auténtica. La combinación de tonos cálidos y fríos nos sumerge en el contexto sociopolítico de los años 60 y 70, mientras que los trajes no solo están bien logrados, sino que complementan las acciones en pantalla, todo ello claro acompañado de un pulido trabajo de adecuaciones de escenarios que permiten vivir una verdadera experiencia musical.

Ahora, a pesar de estar bien ejecutada, la película no termina de ser del todo perfecta, fallando principalmente en el ritmo de los eventos y el desarrollo de algunos personajes secundarios. El ritmo, por momentos, se siente demasiado rápido e irregular, generando cierta confusión, sobre todo al inicio, cuando se muestran los primeros pasos de Dylan en la industria, un contexto que pudo ser explorado con mayor detenimiento para dar contexto a quienes no conocen en profundidad al artista. Respecto a los personajes secundarios, varios quedan desaprovechados o pierden relevancia conforme avanza la historia, como es el caso de Joan Báez, interpretada por Monica Barbaro, que en la vida real fue una figura clave en la carrera y vida personal de Dylan, llegando incluso a ser su musa, además de una gran representante del folk, pero que en la película se vio reducida a ser su amante con breves apariciones donde se muestra su talento, algo similar que ocurre con otros personajes como Johnny Cash, interpretado por Boyd Holbrook, o Woody Guthrie, interpretado por Scott McNairy, quienes tienen intervenciones muy menores que poco aportan, salvo quizá la escena inicial de Guthrie, que sirve como inspiración para Dylan.

A Complete Unknown se convierte en una obra que, sin buscar reinventar el género ni escalar a lo más alto del podio cinematográfico, logra ofrecer una experiencia sincera, entretenida y por momentos emocionalmente poderosa. Es una película que convence con lo que tiene, que se sostiene sobre sus actuaciones, así como el magnetismo de su figura central, y que, aunque no alcanza el nivel de las grandes biopics memorables, cumple con creces al presentar una mirada íntima sobre el nacimiento de una leyenda. Puede que no deje una huella imborrable, pero sí la suficiente para que, al final, uno sienta que el viaje —aunque con tropiezos— valió la pena.

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