Karate Kid: Legends, una patada a la nostalgia que no siempre acierta
- Deyvid Hernandez
- 16 may
- 4 Min. de lectura

Viejos rostros, nuevas promesas y una historia que intenta golpear con fuerza regresan para enfrentar su prueba más difícil: convencer en una nueva era.
Desde que Daniel LaRusso dio su primera patada en 1984 bajo la guía del señor Miyagi, Karate Kid se convirtió en un referente del cine de artes marciales, marcando a toda una generación con frases, escenas y lecciones que aún resuenan en la cultura popular. Asimismo, su legado se expandió con secuelas, reinicios y hasta series, consolidando su lugar como una de las sagas más emblemáticas del séptimo arte. Ahora, quince años después de su última aparición en pantalla grande, la franquicia regresa con Karate Kid: Legends, una entrega cargada de nostalgia a la vez de nuevas intenciones, pero que en su intento por conectar con las audiencias más jóvenes, tropieza con torpeza, como quien aún no encuentra su equilibrio.
La trama nos presenta la historia del prodigio del kung-fu Li Fong, quien, tras una tragedia familiar, se ve obligado a abandonar su hogar en Pekín para trasladarse a la caótica ciudad de Nueva York junto a su madre. Allí, intentará dejar atrás su pasado, pero cuando los problemas amenazan con arrastrarlo hacia el lado más oscuro de las artes marciales, Li deberá recurrir a la ayuda de su tío y maestro, el señor Han, junto con la del Karate Kid original, Daniel LaRusso, para aprender un nuevo estilo de lucha que le permita enfrentar el peligro inminente.
En el plano positivo, destaca la interpretación de Ben Wang como Xiao Li, quien transmite un carisma natural que facilita la conexión con su historia, pero, a la vez, entrega un personaje vulnerable que, a diferencia de otros pupilos de la saga, expresa miedo, inseguridad y, sobre todo, autenticidad infantil. Un error recurrente en entregas anteriores fue olvidar que sus protagonistas eran niños o adolescentes, obligándolos a asumir una madurez forzada, en cambio, el personaje de Wang conserva esa libertad emocional, lo que permite una evolución progresiva y genuina en pantalla, haciendo que su actuación se perciba más humana. Aramis Knight como Connor Day, el antagonista principal, representa otro gran acierto. A diferencia de rivales como Johnny Lawrence o Cheng, Knight le imprime al personaje una personalidad tan intimidante como despreciable que logra impactar en la psique de los espectadores. Su interpretación recuerda a la intensidad de Thomas Ian Griffith como el salvaje Terry Silver, generando momentos de tensión únicos en cada aparición, y demostrando que su personaje no busca redención ni justificaciones; es una figura que refleja el daño como elección, lo cual se agradece en una franquicia que suele suavizar a sus villanos.

Victor Lepani, interpretado por Joshua Jackson, también destaca por su carisma y una personalidad que equilibra lo extravagante, sarcástico y responsable, ajustándose al arquetipo del “papá cool” sin caer en la caricatura y convirtiéndose en un personaje fascinante que se roba cada escena. Su trasfondo como boxeador lo convierte en una especie de Adonis Creed moderno, lo que despierta el interés por una posible expansión de su historia, ya que, en sus breves apariciones, demuestra profundidad, conexión con la audiencia y aporta un aire fresco a la película.
El montaje de las escenas de acción eleva notablemente el nivel de esta entrega frente a las anteriores. Cada secuencia de pelea se siente realista, con una cuidada atención a los detalles de ambientación y movimientos de cámara que evitan planos caóticos, permitiendo apreciar con claridad cada golpe y patada que, reforzados por una banda sonora adecuada y una estética que fusiona lo tradicional con lo moderno, crean un espectáculo visual efectivo y envolvente.

No obstante, pese a sus aciertos técnicos e interpretativos, Karate Kid: Legends se convierte en una cinta fácilmente olvidable dentro de su universo cinematográfico, al repetir la ya agotada fórmula de la trilogía original: un joven se muda con su madre a una nueva ciudad, enfrenta conflictos con un rival celoso, encuentra un mentor inesperado y se prepara para un gran torneo. Aunque intenta disimular este esquema con una subtrama de boxeo, esta resulta innecesaria para la narrativa y termina desdibujando la identidad de la película, que se percibe como una mezcla inconsistente entre Karate Kid y Rocky Balboa. Las actuaciones de Jackie Chan y Ralph Macchio tampoco alcanzan el nivel esperado. Chan, quien había interpretado de forma magistral al señor Han en la cinta de 2010, adopta aquí una actitud más pasiva y cómica que, por momentos, roza lo caricaturesco, retrocediendo el desarrollo previo del personaje, aun así, logra salvar medianamente su desempeño gracias a sus escenas de kung-fu que conservan una notable calidad visual. Por su parte, Macchio ofrece una actuación neutra y carente de fuerza. Su presencia se siente anecdótica, sin el peso que debería tener, alejándose de la energía mostrada en Cobra Kai y dejando una débil impresión.

Otro punto débil es la química entre los personajes. Salvo los vínculos entre Li-Han, Li-Victor y Li con su madre, el resto de las relaciones carecen de credibilidad. Las interacciones entre Han y LaRusso, por ejemplo, pretenden reflejar diferencias metodológicas, pero en pantalla no se percibe un verdadero entendimiento entre los actores. Aún más débil resulta el romance entre Li y Mia, cuya falta de conexión real hace que sus escenas juntos se vean forzadas y sin emoción, como si no se hubiera dedicado el tiempo suficiente a construir estos lazos durante la producción.
Karate Kid: Legends intenta posicionarse como un puente entre generaciones, combinando viejos referentes con nuevos talentos, pero su falta de innovación y una narrativa predecible limitan su impacto. Si bien ofrece actuaciones destacables y un despliegue técnico digno, se queda corta en el intento de revitalizar una franquicia que parece seguir atada a su propio molde. La película logra entretener, sí, pero no logra trascender ni dejar huella, siendo una entrega que se queda en la superficie, incapaz de dar ese golpe certero que la historia merecía.
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